Paisajes Del Deseo Y El Olvido

2021

Un pico escarpado emerge de una densa capa de nubes; olas arremolinadas se juntan en una forma que recuerda a América Latina; la médula espinal en el centro de una tensa piel de leopardo forma una protuberancia distintiva parecida a una cadena montañosa. En Paisajes del deseo y el olvido de Claudia Coca, la tierra, el agua y un animal existen como entidades equivalentes. Dependiendo de la perspectiva y la atención, son tan sólidas como amorfas. Éstas se cuajan, se separan y hacen eco unas de otras. La tierra, el mar y los cuerpos del hemisferio occidental – esto es, tanto lo que se considera no humano como lo que hoy tendemos a separar en "lo animal" y lo "humano" - ciñen el cuerpo de trabajo en curso de la artista como persistente y recurrentes leitmotivs. La tierra, el mar y los cuerpos fueron todos subyugados como territorios colonizados tras la expansión europea del siglo XV. Habían sido apropiados y degradados como mercancías extraídas por el colonialismo occidental. En muchos sentidos, el tríptico de Coca resume acertadamente su proyecto más grande: la serie expansiva y abierta Cuentos bárbaros. A través de estos “cuentos bárbaros”, desarrollados desde 2015, la artista busca deshacer taxonomías y categorizaciones arraigadas que definen los elementos del “Nuevo Mundo”: paisajes, minerales y especies.

 

En Cuentos bárbaros, Coca, nacida en Lima, se inspira libremente tanto en una próspera revista de divulgación científica profusamente ilustrada, National Geographic, como en el género histórico exclusivo de la América colonial española del siglo XVIII conocido como pinturas de castas. Su aplicación meticulosa, casi fotorrealista, de carboncillo y pastel en lienzos ásperos, derrumba la distinción entre las imágenes contemporáneas de las páginas de una publicación brillante de aquellas apropiadas de las superficies barnizadas de pinturas al óleo centenarias. A través de la eclosión metódica y analítica de la artista, las superficies astilladas de pintura jugosa y fluida y las fotografías de colores exuberantes pierden saturación. Coca enturbia y mezcla así cronologías y temporalidades. En su obra, el presente y el pasado conviven en suspensión. La representación y el naturalismo se presentan como convenciones y, en última instancia, como ficciones.

 

“El regalo” o “Ilustraciones de la Nueva España” es una instalación de quince lienzos que imitan publicaciones periódicas ilustradas dispuestas en exhibición. Los doce monocromáticos parecen llevar al espectador a un viaje a lo profundo del paraíso “tropical”, comenzando con vistas distantes de un bosque de palmeras y un pico volcánico humeante, y centrándose en micro vistas de plantas y criaturas “exóticas”. Sin embargo, desafiando una lógica progresiva y lineal, en lugar de concentrarse en componentes aún más minúsculos e imperceptibles del mundo que pretende presentar, la serie culmina en tres coloridas imágenes de personas. En estas representaciones en colores pastel, el título icónico de la revista se funde con el fondo de las imágenes producidas mucho antes de que se estableciera el periódico. Dos representaciones distintas de los amerindios del siglo XVIII —los indios buenos y “civilizados” de la serie de Miguel Cabrera y los indios mecos bárbaros de la serie de Andrés de Islas— flanquean el retrato central extraído de la pintura de 1670 de María Luisa de Toledo y Carreto, la hija del virrey de la Nueva España, por Antonio Rodríguez Beltrán. En este retrato de la corte barroca, una joven pálida lujosamente vestida coloca su mano izquierda sobre la cabeza de una diminuta mujer morena. Aunque la acompañante indígena de la dama también está vestida con atuendos europeos, su rostro está completamente cubierto de tatuajes, lo que indica que no siempre había pertenecido a la corte. El comunicado del Museo del Prado, que alberga actualmente la obra, sugiere un “vínculo afectivo” entre ambos. Sin embargo, el gesto paternalista insinúa dominación y sometimiento.

 

Tanto en “El regalo” como en otras subseries de sus Cuentos Bárbaros, Coca se basa en el archivo masivo de la producción de conocimiento visual que alimentó el proyecto imperial español y sentó las bases para la Ilustración y la ciencia contemporánea. Ella vincula las imágenes tomadas del repertorio de portadas de National Geographic con las colecciones del Museo Nacional de Antropología de Madrid, que albergan algunas de las pinturas de castas más conocidas, y rastrea una historia más larga de representación botánica y antropológica que se remonta a el Real Gabinete de Historia Natural de España y más allá, hasta los viajes marítimos del llamado descubrimiento de América. Como ha argumentado la historiadora Daniela Bleichmar, la visión era fundamental para gobernar el imperio español. Las representaciones sirvieron como evidencia de los mundos invisibles más allá de Europa y el dominio europeo se hizo así visible. Representaciones que permitieron dar cuenta, clasificar y estratificar posesiones materiales y poblaciones. Durante cinco siglos, produjeron y mostraron a los colonizados y racializados.

 

Sin embargo, en contraste con estos procedimientos centenarios, en Cuentos bárbaros, con cada minuto del trazo del carbón o pastel, Coca reúne amorosamente todo lo que las taxonomías han desgarrado. Bajo el barniz de la reproducción y el mimetismo, su obra es táctil y tangible: las líneas creadas por las herramientas de dibujo de la artista se mezclan y resisten la trama del lienzo como en un ejercicio infinito de magnetismo. Si el propósito colonizador de las taxonomías era equiparar los cuerpos no europeos con los animales y la tierra, y así convertirlos en no humanos, Coca celebra lo no humano como la única fuerza vital, generativa y dadora de vida que mantiene a todo y a todos en balance. En última instancia, no es lo visible sino lo palpable lo que estimula el deseo y proporciona el placer de ser.

 

Dorota Biczel